A pesar de contar con una extensa carrera profesional con más de ciento cincuenta escenografías realizadas para ópera, teatro, danza o musicales, Paco Azorín (Yecla, 1974) continúa definiéndose a sí mismo como «un niño». Un niño que empezó a interesarse por el arte escénico gracias a la libertad que le ofrecía una cajita de galletas donde cuando era pequeño podía hacer volar la imaginación y jugar a ser el creador en el que se convertiría ya en edad adulta: «Era una ventana a otra dimensión, una dimensión mucho más interesante que la vida misma». El más escenográfico de los directores y el más director de los escenógrafos, tal como él mismo se define, se formó en el Institut del Teatre. Desde entonces se ha convertido en uno de los creadores con una trayectoria más extensa y variada de la escena actual. Su actividad, sin embargo, se centra especialmente en el terreno de la ópera y la zarzuela, influido por la pasión con la que su tío, un gran melómano, vivía estos géneros.
Esta infinita curiosidad lo ha llevado a borrar las fronteras entre sus trabajos como escenógrafo y como director de escena, adoptando dos roles a la vez en muchas de sus montajes. Explica que el escenógrafo trabaja con materiales estables, sólidos, mientras que el director trabaja con el material humano, mucho más volátil e igualmente interesante. Como escenógrafo incide especialmente en la dramaturgia del espacio, en su capacidad narradora, mientras que como director escénico confiesa que siempre empieza su trabajo con una metáfora espacial. Dos enfoques del hecho escénico que, en el caso de Paco, parecen imbricarse de manera natural.
Sea cual sea la posición profesional que adopte en cualquier proceso de creación, Paco tiene muy claro que, si algo hace apasionante este proceso, es el diálogo que se establece entre todos los agentes implicados. Para él, el director no es nunca una figura totémica: «El director-dictador forma parte del siglo XX». Donde se siente cómodo es poniéndose en la piel del director como encargado de orquestar los talentos de todo el equipo. A pesar de desarrollar parte de su trabajo artístico en el mundo de la ópera ‒un género que, muy a menudo, aún parece anclado en códigos y dogmas de siglos anteriores‒ se muestra convencido de la necesidad de desacralizar el espacio escénico. Afirma con convicción que «no se puede hacer ópera del siglo XXI en un edificio del siglo XVIII o XIX». Nos explica que, desde su punto de vista, la ópera ha obviado todo lo interesante que aportaron las vanguardias del siglo XX y que está destinada a dar un triple salto mortal desde los códigos del XIX a los del XXI. Fiel a su idea de la necesidad de redefinir la escena y su relación con el público, afirma que la ópera debe dejar de ser un género elitista si quiere evitar desaparecer. Todos estos pensamientos, propios del profesional que utiliza una mirada inocente y curiosa ante cualquier proceso creativo, se hacen evidentes en muchos de sus proyectos. Sus escenificaciones siempre incorporan elementos tecnológicos y referentes contemporáneos para acercar temas y personajes clásicos al presente del espectador, con la voluntad de establecer un diálogo prolífico entre lo que llamamos «clásicos» y la mirada contemporánea. Buenos ejemplos de este diálogo podrían ser sus versiones de Tosca (Gran Teatre del Liceu, 2014) o Fuenteovejuna (Ópera de Oviedo, 2018).
Conversando con Paco es fácil darse cuenta de que, para él, la vida y el escenario están absolutamente conectados. Nos explica que últimamente se sumerge dentro de sí mismo para buscar las preguntas y los conflictos que acabarán convirtiéndose en el motor creativo que dará forma a sus proyectos. Para él, el escenario es el mejor lugar donde aprender cosas nuevas y no el espacio donde reconocer todo lo que ya es conocido. Aparece de nuevo la mirada curiosa del niño que aún lo tiene todo por descubrir. Esta idea de libertad aparece repetidamente en nuestra conversación: vivimos en un mundo en el que no solo encontramos ideas de segunda mano sino en el que el artista tiene que ser militante con su libertad de pensamiento. Solo a través del ejercicio de esta libertad (madre de todas las demás libertades ‒de expresión, manifestación, etc.‒, nos dice), cada artista podrá alcanzar, aunque solo sea por un breve instante, la plenitud de su identidad creativa. «Sin ritual ni espiritualidad no hay acción ni arte escénico.»
Podéis consultar los proyectos de Paco Azorín en su página web:
www.pacoazorin.com